La ludoteca de la localidad estellesa ofrece actividades como pintar, armar pulseras, jugar y hacer deporte para niños entre 4 y 12 años
«¿Cuándo vamos a jugar? Alex, venga ¡vamos a jugar!”, se queja Iker, de 5 años, con su monitor de la ludoteca de verano, Alex Domingo Belaza, de 20 años. Iker es uno de los 18 niños, de entre 4 y 12 años, que se juntan a lo largo del verano, durante siete semanas, para pintar, armar pulseras, jugar y hacer deporte en las calles de Los Arcos. En días soleados, van a la piscina, pero ese último miércoles de julio, que amaneció templado y gris, ocho de ellos deciden dar unos toques en el frontón. Iker baja la mirada y se acomoda el traje de baño. “Pero podemos ir a la piscina, en serio”, reclama. La temperatura no llega a los 28 grados. Minutos después, dejan los toques y apuran el paso hacia un salón multiusos ubicado al lado de las piscinas, desde donde se escucha música moderna, que se pausa por momentos. “A ver, ¿quién se quedó sin silla?”.La voz de Rakel Torrecillas Lopez de Dicastillo, compañera de Alex, se escucha en medio de risas y un juego de sillas. Los dos monitores trabajan para la Asociación Cultural Recreativa Atalaya. “Nuestras jefas son las madres”, cuenta ella con una sonrisa. “Todos tienen casa aquí, excepto dos que viven en Mués y en Sorlada”.
Mientras el sol se acerca a su punto más álgido, se respira tranquilidad en las calles de Los Arcos. En el bar Mavi, uno de los más antiguos del pueblo, las hermanas Mari Jose y Yolanda Goicoechea Marzo se toman un café con su tía, Rosario Goicoechea Artola, de 87 años, que parece moderar la conversación. Le dicen que se conserva muy bien. “¡Porque no me ves de pie!”, contesta ella, arqueña y afincada en Bilbao. Con la taza de café ya vacía, las tres aseguran llevar una vida normal en la temporada estival: “Salimos a tomar café, a dar una vuelta, y los viernes y sábados, unas con el vinito y otras con el mosto y un pinchico”, relata Mari Jose. Nació en San Sebastián, pero lleva viviendo 8 años en Los Arcos y acompañando a sus casi 1.200 habitantes.
Quien atiende en la barra y preparó los cafés de las Goicoechea fue Jose Miguel Sosa Arias. Lleva desde hace tres años detrás del bar Mavi, cuya esquina recibe a los que entran en la localidad estellesa por la NA-129. Son casi las doce del mediodía y tiene unas cuatro mesas ocupadas, pero le preocupa la afluencia de las próximas horas. “La cantidad de peregrinos ha bajado mucho con relación al año pasado. Nosotros nos damos cuenta en las comidas. A esta hora estaría lleno”. Su balance abarca tres años, el tiempo que lleva como camarero en el Mavi. Aterrizó allí tras pasar una década en Torres del río, a donde llegó desde Santa Cruz, Bolivia. Aunque un océano lo separa de su lugar de origen, él está “encantado con el pueblo”. “En fiestas saldré con los quintos de 46 años”, cuenta emocionado.
Al lado del ayuntamiento, abrió en abril el albergue Casa Arqueña, a manos de Kati Samoilova. Nacida en San Petersburgo, Rusia, recibe a los peregrinos desde un pequeño mostrador y les ofrece 12 plazas en habitaciones que antes pertenecieron a la familia de su esposo, nacido en Los Arcos. Samoilova vive en Pamplona desde hace 15 años y veranea en Los Arcos mientras da cobijo a peregrinos. La localidad se levanta al final de la sexta etapa y recibe a muchos peregrinos entre mayo y junio. “Pero han ido bajando los números, es bastante irregular”, advierte Samoilova. Recibe a un peregrino a las doce del mediodía, mientras, sus hijas, Amaia, Irene, Leyre, pasan la mañana en la ludoteca con sus monitores, Alex y Rakel.
Los pequeños vuelven a casa, al igual que sus monitores, que se preparan para su rutina de las tardes. “Solemos echar el café después de comer, aquí te juntas con gente de todas las edades”, cuenta Alex Domingo. “Son muy familiares en este pueblo”, describe Carlos Andrés Cerpa Paredes. Natural de Pereira, Colombia, regenta el bar de las piscinas y el de los jubilados en Los Arcos, a donde llegó hace año y medio. Sus vecinos lo han recibido muy bien, tanto a él como a su carta. “Tenemos bocatas de toda la vida, pero también platos latinos, como la papa rellena y las empanadas. A la gente del pueblo le encanta venir”.
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